La divinidad no es algo que se impone, nace de cada uno de nosotros, cual cuerpo de agua en el mundo
- Redacción
- hace 4 días
- 2 Min. de lectura
Mente Lunera

Andrea González
(04-23-2025)
No hay que mentir, a la hora de hablar de religión a muchos se les eriza el pelo, se tapan sus oídos y se retiran de la mesa, muchos otros hablan desde el estómago, llenos de euforia empleando un lenguaje denotativo en cada punto y se dividen en muchos otros más, porque a la hora de hablar de arte, religión y amor no podemos cerrar las mentes a un ganador, todos tienen voz activa, válida, real.
Pero, ¿qué es religión, si no una casa de todos? Una que habita en cada uno de nosotros de maneras diferentes, que muta conforme a nuestro desarrollo y necesidades.
Nos enseñaron que la divinidad observa desde arriba, que juzga, pero ¿y si nos observa desde dentro y los ojos juzgadores son los propios? Que necesitamos culpar a una fuerza extrema para justificarnos antes de golpear nuestro propio pecho. ¿Qué pasaría si la fe no se midiera en cuántas veces uno se arrodilla, sino en las veces que uno comprende al prójimo?
Ser creyente no implica dar el ancho a ser un ejemplo a seguir, implica tener un estilo de vida que satisfaga nuestra alma, bueno o malo, pero que a nuestros ojos se sienta la plenitud de ser. ¿Cuándo fue que confundimos lo sagrado con lo normado, lo espiritual con lo institucional?
La religión, en su forma más pura, debería ser un puente, no una frontera, pero, ¿cuántas veces hemos usado ese puente como una muralla? Incontables veces a lo largo de nuestra vida hemos señalado patrones por vergüenza a encontrarlo en nosotros o en nuestro contexto. ¿Cuántos credos se han manchado con sangre invocando el nombre de la paz?
Cuando acaba mi ser para que empiece el tuyo.
Creer, al final, debería ser un acto íntimo, no una declaración pública. Un espacio donde quepa la duda y la esperanza por igual; porque somos humanos, y erramos más de lo que se cree normal, porque cada paso aunque este sea planificado es nuevo, no hay que tener miedo a pisar chueco mientras nos llevemos una pequeña roca como aprendizaje, todo pasará al recuerdo. Porque si Dios (o el universo, o la energía, o lo que cada quien quiera llamar a lo divino) habita en nosotros, en silencio, entonces cada gesto humano es una oración, y cada vida, una vela que alumbra la escritura de la humanidad.
Quizás la gran problemática de nuestro tiempo no sea dudar de Dios, sino dejar de buscarlo en el otro, pero sobre todo, no encontrarlo en el espejo.
Me encanta el hecho de que especifica lo que todos deberíamos saber, que la divinidad no se resguarda como un reglamento autoimpuesto, si no, como una voluntad propia nacida por el amor y el conocimiento, el deseo